4 de Agosto de 2024

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Histórico

Obesidad, ¿es una enfermedad para los mexicanos?

Redacción THE FOOD TECH®

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Combatir el sobrepeso y obesidad no puede quedarse en el ámbito alimentario y actividad física. La comida, y lo que los mexicanos comen, vive más en una esfera de símbolos y bienestar.
Los índices de sobrepeso y obesidad en México han revelado una problemática nacional que ha llamado la atención tanto de autoridades nacionales como internacionales. Son temas recurrentes en la opinión pública y motivantes para la creación de diversas políticas públicas que le den solución. Principalmente han sido tres los actores que llevan el debate en torno a este fenómeno: el gobierno, las organizaciones civiles y las empresas, pero ¿y la sociedad?  

Los esfuerzos han estado encaminados a ayudar a que el mexicano reduzca su dieta calórica y aumente su actividad física pero sin preguntar o conocer su opinión al respecto. Ante esta situación, ConMéxico, a través de  la Alianza por una vida Saludable,  realizó estudio diagnóstico, desde la metodología antropológica, para explorar el fenómeno desde una perspectiva más integral y a profundidad, que comience por considerar que todos somos parte del problema.

Los mexicanos tienen una definición particular sobre su salud, la cual se liga a la capacidad de hacer o no las actividades cotidianas y no depende de lo que digan los doctores, recetas o medicamentos. Es un problema hasta que ya no puede desempeñar sus tareas cotidianas (laborales o familiares).

Cuando se habla de la obesidad y el sobrepeso los mexicanos emplean adjetivos como “gorditos” o con “kilitos de más”, no se sienten identificados con una problemática trascendental en su vida y mucho menos consideran que tienen un “problema de salud”. Sí reconocen algunos de los síntomas, como cansancio o dificultad para respirar o subir escaleras, pero asumen que en el momento que quieran pueden controlar lo que comen y deshacerse de esos kilos de más. Es más común que alguien acepte tener unos kilos de más, pero que “reconozca” que conoce a alguien que sí tiene sobrepeso, es decir, es más fácil verlo como problema en alguien más; parecería que los “gordos” son los otros.

A pesar de que en el discurso de las personas sí pueda haber referencias a esta situación como un problema de salud, se trata de replicar mensajes oficiales; es decir están hablando desde el “deber ser”, de responder lo que se espera, aunque en la realidad las prácticas no lo sigan. El mexicano en este sentido reconoce cuáles son los síntomas y signos del sobrepeso y la obesidad, simplemente no quiere verlo en su propio cuerpo (o incluso en el de su familia cercana). Por ejemplo, la obesidad y sobrepeso en los hijos puede estar justificada como que están “a punto de estirarse”.

Otra característica es que la obesidad es sólo un factor indirecto de otros padecimientos y, por lo tanto, no es enfermedad en sí misma. Cuando una persona tiene diabetes o hipertensión (por obesidad) no es considerada como alguien obeso, sino como alguien que tiene diabetes o hipertensión. En este mismo grupo de ideas, también el discurso de lo genético está presente.

Esas enfermedades provocadas, probablemente por el sobrepeso, son justificadas como que “se sufren en la familia”, “mi abuelita tuvo”, etcétera, por lo tanto si hay un justificante de que ese padecimiento es heredado parecería que ya no hay nada que hacer. Otra diferencia de percepciones es que el problema del sobrepeso y la obesidad se ha planteado como algo que “podría suceder en el futuro”. Los mexicanos en general, sobre todo de clase media baja, tienen poca perspectiva del futuro. Están enfrascados en su día a día y en satisfacer sus necesidades.

Hablarles del futuro y de lo que pueda pasar dentro de 10 años es poco conectivo con ellos. Para que los mensajes tengan mayor impacto hay que mostrar el problema en el presente y cómo este impactará a su familia. Si para el mexicano la “enfermedad” es aquello que le impide realizar sus roles habrá que mostrar cómo una enfermedad como la diabetes puede provocar un desequilibrio en las tareas de la casa, puede afectar el tipo de trabajos que se pueden realizar y cómo esto tiene consecuencias para todo el grupo familiar. Hablar en abstracto de lo que pasa en el futuro y de una enfermedad que no se sabe bien a bien qué es, está provocando que las familias piensen “ese no soy yo”, “a mí no me va a pasar”, “yo no estoy tan mal”.

¿LOS MEXICANOS CUIDAN SU ALIMENTACIÓN?
Culturalmente, los mexicanos se “cuidan” y tienen remedios. Esto puede ir desde “ponerse el suéter” para evitar el resfriado o tomarse el jugo de moda para tener mejor cutis o para perder unos kilitos o para tener mejor circulación (cualquier “mal” que remedie el jugo de moda). También son compensatorios e indulgentes, controlan y festejan con comida, cuidan de los otros y muestran cariño con la alimentación. Es más, los propios conceptos de comida y alimentación tienen significados antagónicos.

Comer no es lo mismo que alimentarse. El mexicano reconoce aquello que alimenta como lo sano, bueno, natural sí reconoce su origen. También reconoce el adjetivo “bueno” en diferentes contextos como diferentes cosas: “una buena comida” es abundante, sabrosa y en compañía, mientras que “comer bien”, puede tener dos significados, acabarse la comida o que la comida sea saludable (lo que sea que esta palabra signifique para cada individuo o familia). Pero comer es un concepto relacionado más a los tres rituales del día (desayuno, comida, cena) entonces, cuando se le pide al mexicano que haga conciencia de qué comió hoy sólo menciona aquello que fue ingerido durante estos rituales. En este sentido, mensajes que hablen de “medir” lo que comes hacen que el mexicano piense en medir la cantidad de lo que come durante sus comidas (no entre comidas).

No se puede decir que los mexicanos estén desinformados, sino que tienen información que utilizan para tomar sus decisiones según convenga en diversos contextos. En este sentido los mexicanos se forman un “catálogo” de decisiones que usan para elaborar una justificación de por qué están comiendo lo que están comiendo; este catálogo está formado desde criterios arraigados desde la infancia hasta la última información escuchada o leída en su revista favorita.

¿CÓMO TOMAN DECISIONES?
Parecería entonces que aquellos que tienen un problema de sobrepeso o de obesidad simplemente no están tomando las decisiones correctas. Sin embargo, lo que reveló el trabajo de campo es que las personas consideran que su decisión es la mejor entre las posibles, es decir, de todas las opciones que había para elegir la que tomaron fue la mejor (o la menos mala). Pero no hay que confundirse; esta “mejor” decisión no está fundamentada únicamente en criterios funcionales. La decisión “mejor” o “buena” puede estar basada en criterios y códigos simbólicos más que si es sana o baja en calorías.

Comer unas papas y un refresco después de una cascarita de futbol con los cuates no es vista como “alimento malo” sino como un elemento cohesionador del grupo que genera convivencia. La persona que se lo está comiendo sabe que esas papas y refresco no son “alimento”, pero no está pretendiendo alimentarse, está pretendiendo convivir con sus cuates. En ese sentido, esos productos podrían estar más cerca de sacar su reproductor de música y poner la nueva canción de moda que de un plato de comida.

Cuando los mensajes hablan de tomar otras decisiones de alimentación se están quedando  únicamente en el plano biológico y funcional, dándole al sujeto algunos argumentos para su toma  de decisión, pero argumentos que tendrán poco peso a la hora de considerar otros factores más simbólicos (compartir, ir con los cuates de la oficina, sentirse parte del grupo, tener un satisfactor, construir sensación de bienestar, entre otros). Entender qué códigos está buscando una persona en relación a la comida ayudará a generar mensajes que puedan modificar sus hábitos si se le presentan alternativas igual de simbólicas. En lugar de prohibir o hablar de las pocas bondades de un producto se le deben presentar alternativas para conseguir esa misma finalidad. Si el mexicano come cuando  busca convivir, por ejemplo, ¿qué otras alternativas tendría para hacer lo mismo pero sin comida?

Dichos factores y códigos para la toma de decisiones son transversales para los niveles socioeconómicos y culturales, aunque sus expresiones tienden a variar. A lo mejor en clase media alta está de moda un nuevo tipo de dieta (vegetariana, sin carbohidratos, ayuno de jugos, etcétera) mientras que en clase media típica está de moda un restaurante al que se puede ir cuando es quincena y en clase media baja se va a recibir a la familia con abundante comida (lo que sea pero que alcance para todos). En estos tres ejemplos lo importante para los individuos y las familias es mostrar sus códigos para compartir con su grupo de pares.

DESDE EL PLANO CULTURAL, ¿CÓMO SE EXPLICA EL PROBLEMA?
Las estadísticas oficiales no mienten, 7 de 10 mexicanos padece obesidad o sobrepeso. Sin embargo, según la investigación etnográfica realizada, la obesidad no es un problema para los mexicanos y, de serlo, ocupa un lugar poco relevante que sólo toma relevancia cuando modifica la vida cotidiana de la familia. Por esta razón, hablar de un “problema” es asumir que esos mexicanos se van a dar por aludidos cuando no es así.

El problema de la obesidad, entonces, se explica como un modo de acercarse a la comida desde una perspectiva completamente emocional y simbólica, o con representaciones sociales muy específicas (tendencias, estética, imagen personal). En definitiva, la comida abarca más que sus nutrientes, sus calorías o sus grasas. Se trata de un elemento de socialización que cuando se comparte con alguien más; es un factor determinante del bienestar de una familia y es un reconocimiento emocional y simbólico del esfuerzo diario. Ninguna de éstas tiene relación con calorías o con el peso.

¿CUÁL ES EL PAPEL DE LAS EMPRESAS DE ALIMENTOS Y BEBIDAS?

Las empresas que conforman la industria alimenticia juegan el papel de ser productores de una oferta de consumo amplia y variada que ha sabido cómo hablarle a su target específico y que ha construido o reconocido las motivaciones de su público. Sin embargo, desde el punto de vista de los sujetos estudiados, éstas no tienen responsabilidad sobre sus consumos porque afirman que “ellos no se dejan engañar” y la decisión final está en sus manos.  

Los mexicanos no realizan ese tipo de enjuiciamientos frente a las empresas, ni hay una estigmatización de sus productos. Cuando hay conocimiento de causa, las personas saben que tienen soberanía y poder de decisión; mientras que cuando hay desconocimiento surgen explicaciones desde el plano personal o inmediato, nunca llevado al extremo de culpar a alguien más. Las empresas lo que brindan son productos y oportunidades, no venden obesidad. Las personas adquieren satisfacción y gusto, no compran el problema.

HALLAZGOS Y CONCLUSIONES  
Todos somos partícipes no sólo porque conocemos o sabemos de alguien que lo padece, sino porque hemos establecido códigos que, como sociedad, hacen que la comida sea valorada como algo mucho más simbólico que su mero valor funcional, biológico o alimenticio.

Si bien se sabe que el problema del sobrepeso y la obesidad son multifactoriales, los hallazgos antropológicos dejan ver que el problema va mucho más allá. No se trata solo de genética, metabolismo, calorías consumidas o calorías quemadas. No se trata tampoco sólo de problemas emocionales o estrés. Tampoco se trata sólo de problemas de información, etiquetado o publicidad. En ese sentido, la investigación, que buscaba darle voz a la sociedad con respecto de un problema que a ella le afecta, tuvo cuatro ejes principales de hallazgos:

El primero está relacionado con observar que para las personas el valor funcional de la  comida (desde cuánto nutre hasta cuántas calorías tiene) es lo menos relevante a la hora de decidir qué comer.  Incluso se observa cierta polivalencia en los criterios de decisión, es decir, un mismo platillo puede tener un valor y estar justificado con un argumento un día y el fin de semana adquirir una explicación y un valor totalmente diferente. La misma persona puede justificar el martes comerse unos tacos porque no tenía mucho tiempo y era casi el fin de la quincena; mientras que el sábado puede justificar a esos mismos tacos diciendo que era el momento para compartir con su familia. Además puede justificar que los tacos no estaban fritos por lo que eran su mejor opción, o que el sábado iba a jugar una cascarita con sus compadres y con eso ya se le “bajaban” los tacos. Mientras los mensajes (de instituciones, marcas y organizaciones) se sigan centrando en hablar en torno al valor funcional de la comida —y no su valor simbólico— no se estará atacando al problema de frente. En este sentido, debemos comenzar a evaluar la relevancia que como sociedad le damos a la comida como factor de cohesión social y como símbolo de bienestar.

El segundo eje de hallazgos tiene que ver con la relación individuo-sociedad. Se ha enfrentado al problema como un padecimiento que “sufre” un individuo. Sin embargo, ese individuo está estableciendo criterios de decisión a partir de lo que ha aprendido en familia. Al parecer “se engorda” en familia pero se adelgaza en solitario. Cuando la familia se reúne, lo hace con el pretexto de una comida; cuando hay una celebración, hay platillos que no pueden faltar; cuando alguien nos invita a su casa, es bien visto llevar un postre, pero cuando hay que ponerse a dieta o ir a hacer ejercicio hay que hacerlo solo.

En tercer lugar parecería que es un problema de desinformación y que los individuos no están tomando “buenas” decisiones con respecto a sus hábitos porque no tienen las herramientas para hacerlo. Pero no es así, los individuos generan sus decisiones a partir de un catálogo de códigos que han aprendido a lo largo de su vida, sobre todo a través de la familia. Esas decisiones están permeadas por un valor simbólico mayor que un hábito. Comer no es como lavarse los dientes. No se trata de razonar y decidir como si se tratara de una ecuación muy clara. Si un niño, durante toda su infancia, fue premiado por hacer su tarea con una galleta, ésta cobra más valor como “reconocimiento” a la tarea realizada que como un postre. El día de mañana, cuando ese niño sea adulto y sienta la necesidad de “premiarse” acudirá a ese hábito simbólico formado desde la infancia y buscará una galleta para recompensarse independientemente de que sepa o no el número de calorías que esta galleta tiene.

Finalmente, el cuarto eje tiene que ver con una falsa sensación de control sobre la comida. Parecería que cualquier persona puede decidir en qué momento dejar de comer de la manera en que lo hace. De la misma forma en que alguien que es fumador puede afirmar que dejará de fumar, una persona con sobrepeso u obesidad afirma que podrá modificar sus hábitos alimentarios cuando así lo decida. Esto tiene una consecuencia en lo simbólico y cotidiano: en la medida que esa persona considera que tiene control sobre este tipo de decisiones no aceptará la dimensión del problema, haciendo menos efectivos (en términos de identificación y acción) los mensajes relacionados con la modificación de hábitos.

Fuente: Percepciones y realidades socioculturales, funcionales y simbólicas en torno a la alimentación de la familia de clase media mexicana. Bitácora Social / ConMéxico / 2016


Redacción THE FOOD TECH®

Equipo editorial de The Food Tech conformado por periodistas especializados en la industria de alimentos, tecnología, negocios, tendencias, nutrición y packaging.

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