El interés por las fuentes alternativas de proteína y los ingredientes funcionales ha impulsado una transformación en el desarrollo de productos alimentarios. Entre los ingredientes emergentes, los hongos comestibles y las proteínas derivadas del micelio han adquirido protagonismo debido a su perfil nutricional, funcionalidad tecnológica y bajo impacto ambiental.
En lo que va de 2025, estas materias primas no solo están redefiniendo los portafolios de proteínas alternativas, sino que están siendo incorporadas de manera estratégica en formatos de consumo en auge, como los snacks saludables, funcionales y sustentables.
Según datos de Research and Markets, el mercado global de hongos comestibles alcanzó los 66 mil millones de dólares en 2023 y se espera que supere los 100 mil millones para 2028, con una tasa de crecimiento anual compuesta (CAGR) superior al 8%.
Tan solo en Latinoamérica, el crecimiento está impulsado por la mayor valorización de ingredientes naturales, la diversificación culinaria y la conciencia nutricional.
Entre las especies más consumidas destacan Pleurotus ostreatus (seta ostra), Lentinula edodes (shiitake) y Agaricus bisporus (champiñón blanco y crimini), debido a su contenido en fibra, polisacáridos como los β-glucanos, ergosterol (precursor de vitamina D) y compuestos bioactivos con potencial antioxidante e inmunomodulador.
Además, la versatilidad culinaria de los hongos facilita su incorporación en productos listos para consumir, snacks deshidratados y mezclas funcionales en polvo.
Micoproteínas y proteínas de micelio: una nueva frontera proteica
El micelio, la estructura filamentosa subterránea del hongo, surge como una prometedora fuente de proteínas.
A diferencia de los hongos enteros, el micelio cultivado en condiciones controladas (generalmente mediante fermentación en biorreactores) permite estandarizar el contenido de proteínas y optimizar su funcionalidad tecnológica, como textura, solubilidad o capacidad gelificante.
La micoproteína más conocida, Fusarium venenatum, ha sido utilizada desde hace décadas en productos cárnicos alternativos.
Sin embargo, nuevos desarrollos incluyen cepas de Neurospora, Pleurotus y Rhizopus, cuyos perfiles de aminoácidos esenciales, fibra insoluble y compuestos prebióticos (como quitina y manano) las hacen atractivas para aplicaciones funcionales.
En 2025, el mercado global de proteínas de micelio supera los 1.2 mil millones de dólares, con especial crecimiento en Norteamérica y Europa, donde se han autorizado ingredientes derivados de micelio como nuevos alimentos bajo los reglamentos de la EFSA.
En LATAM, el avance es más lento, aunque startups en México, Brasil y Argentina están explorando la producción local mediante fermentación de residuos agroindustriales.

Micelio en snacks: innovación, textura y funcionalidad
Una de las aplicaciones más disruptivas del micelio es en la categoría de snacks. Las proteínas miceliales pueden ser estructuradas en matrices fibrosas que emulan texturas carnosas o crocantes, según el procesamiento térmico y mecánico aplicado.
Combinadas con almidones, fibras vegetales o legumbres, permiten desarrollar productos como chips altos en proteína, barras extruidas, crackers funcionales o alternativas plant-based a los embutidos cárnicos.
Además, algunas empresas están explorando recubrimientos comestibles a base de micelio que no solo mejoran la textura, sino que también extienden la vida útil del snack al modular la humedad y aportar propiedades antimicrobianas naturales.

Sostenibilidad y aprovechamiento de residuos
El cultivo del micelio presenta ventajas en sostenibilidad frente a otras proteínas alternativas. Según datos de Good Food Institute, la producción de micoproteínas puede requerir hasta un 90% menos agua y emitir 80% menos gases de efecto invernadero comparado con la carne bovina.
Además, puede cultivarse en condiciones controladas sin necesidad de tierra agrícola, usando residuos lignocelulósicos o subproductos alimentarios como sustrato.
Esto ha incentivado modelos circulares de producción en la industria alimentaria, donde los residuos de la cerveza, café o cáscaras de frutas se convierten en materia prima para la producción de micelio, fomentando una economía de bajo desperdicio.
Retos regulatorios y tecnológicos
Uno de los desafíos clave para la masificación del micelio en alimentos es la regulación. En la Unión Europea, productos derivados de micelio requieren aprobación como novel food.
En Estados Unidos, la FDA ha otorgado estatus GRAS a ciertas cepas, pero no todas. En Latinoamérica, la regulación aún no está claramente definida, lo que representa una barrera para las empresas que buscan innovar en este nicho.
Desde el punto de vista técnico, lograr una estabilidad sensorial en sabor, aroma y textura es clave. Algunas micoproteínas presentan perfiles sensoriales terrosos o amargos que deben ser modulados mediante tecnologías como la fermentación secundaria, el encapsulamiento o el uso de enzimas.

Perspectivas para la industria alimentaria
Los consumidores buscan alimentos que combinen nutrición, funcionalidad y sostenibilidad. Según Innova Market Insights, el 52% de los consumidores globales están interesados en proteínas vegetales novedosas y un 41% considera importante el origen fúngico como factor de salud y sostenibilidad.
En snacks, la demanda se orienta a opciones "plant-forward", ricas en proteína, sin aditivos sintéticos y con beneficios funcionales claros (como inmunidad, digestión o energía).
El potencial del micelio como ingrediente versátil y de bajo impacto ambiental lo posiciona como una herramienta estratégica para las empresas que buscan liderar la innovación en snacks saludables, con etiquetas limpias y una narrativa sustentable.
El avance de las proteínas de hongos y micelio en la industria alimentaria no es una moda pasajera, sino una respuesta a los desafíos estructurales de la cadena alimentaria global.
Su incorporación en snacks y productos funcionales representa una oportunidad real de diversificación para empresas que apuestan por innovación, sostenibilidad y salud integral.
Finalmente, adaptarse a esta tendencia requiere inversión en I+D, conocimiento regulatorio y sensibilidad hacia las nuevas demandas del consumidor consciente.
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