En el marco del Stop Food Waste Day, conmemoración global que invita a reflexionar sobre el impacto ambiental del desperdicio de alimentos, expertos advierten que este fenómeno representa uno de los mayores desafíos tanto para el medio ambiente como para la eficiencia de la cadena alimentaria.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), un tercio de las emisiones de CO₂ provienen del sistema alimentario mundial. Lo alarmante es que cerca del 60% de estas emisiones se vinculan a productos que nunca llegaron a ser consumidos.
En México, el problema no es menor: se estima un desperdicio anual de 105 kilogramos de alimentos por persona, una cifra solo ligeramente inferior al promedio global de 131 kilogramos per cápita.
Este fenómeno no solo implica pérdidas económicas significativas, calculadas en más de un billón de dólares a nivel global, sino que también profundiza la crisis climática.
Se estima que el desperdicio alimentario genera unas 9.3 gigatoneladas de CO₂ equivalente al año, una cifra comparable a las emisiones derivadas del consumo de 3.9 billones de litros de gasolina.
El rol de los alimentos de origen animal
Uno de los sectores más intensivos en carbono es el de la proteína animal. Producir un kilogramo de carne de res implica una emisión de aproximadamente 129.75 kilogramos de CO₂, seguida por el cordero, 31 kilogramos y el pollo 9.5 kilogramos.
Este impacto ya está presente desde el momento de la producción, independientemente de si el alimento termina en la mesa del consumidor o en los vertederos.
De acuerdo con Braulio Valenzuela, Country Manager de Cheaf en México, el costo ambiental ya está asumido desde el origen del alimento, cuando éste no se consume, se convierte en una emisión innecesaria que pudo haberse evitado.
Puntos críticos en la cadena de valor
El 40% del desperdicio se produce en la fase de comercialización minorista y en los negocios de servicios alimentarios, lo cual revela que las oportunidades de mejora se concentran en los eslabones finales de la cadena.
Supermercados, tiendas de conveniencia, restaurantes y otros actores que conectan la oferta con la demanda tienen una responsabilidad directa en la implementación de soluciones sostenibles.
El diagnóstico es claro: prácticas ineficientes de reposición, gestión deficiente del inventario y estrategias de rotación poco efectivas generan un desfase entre disponibilidad y consumo.
Un ejemplo crítico es la presencia simultánea de productos con fechas de caducidad distintas en los anaqueles, lo que lleva a los consumidores a seleccionar los productos con mayor vigencia y, por tanto, a incrementar la probabilidad de que aquellos con fechas más próximas sean descartados sin ser consumidos.

Transformar la operación, no solo reducir mermas
Frente a este panorama, Valenzuela insiste en que la solución va más allá de minimizar el desperdicio: se trata de rediseñar la operación del sector bajo criterios de eficiencia, sostenibilidad y transparencia.
Esto es clave para responder a un consumidor cada vez más exigente respecto a la trazabilidad y el impacto ambiental de los productos que adquiere.
Por ello, la startup mexicana Cheaf, a través de su aplicación móvil, permite a establecimientos del sector alimentario como supermercados y restaurantes comercializar excedentes en paquetes con precios reducidos, bajo el concepto de “paquetes sorpresa”.
Este enfoque no solo ayuda a mitigar el desperdicio, sino que también ofrece un beneficio económico tanto para los negocios como para los consumidores.
Hacia una industria alimentaria más resiliente y responsable
La Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), con sede en España, señala que las empresas pueden y deben ejercer una influencia positiva para reducir la pérdida de alimentos tanto aguas arriba como aguas abajo de la cadena.
A través de mejores prácticas en gestión de inventarios, etiquetado, educación al consumidor y alianzas estratégicas, es posible reducir de forma significativa el impacto ambiental y los costos derivados del desperdicio.
Por último, la lucha contra el desperdicio debe alinearse con los compromisos de sostenibilidad climática y la seguridad alimentaria global.
Para lograrlo, se requiere voluntad, innovación tecnológica, colaboración intersectorial y un cambio profundo en los modelos de negocio tradicionales.
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